lunes, 8 de noviembre de 2010

La Leyenda Circular


He leído el cuento que os acompaño con fruición, con urgencia, con curiosidad y pasión .. Me ha encantado, es precioso y me ayuda a reflexionar. Me enternece, me cambia, me da qué pensar, aunque también los desplazados acá y allá llevan a veces consigo todos sus males históricos y no siempre se hacen querer... Bueno, al menos el cuento es un canto a los buenos emigrantes que enriquecen los lugares en que se asientan, los que merecen la pena y el respeto. Corramos un tupido velo sobre los "otros", los que en vez de construir la sociedad diversa y multicolor, construyen un ghetto gris y ruin, dejando su basura de todo orden en la casa ajena y generando malestar, miedo y desasosiego. Enhorabuena al autor, se merece de largo el premio, como siempre!

Más apasionante, si cabe, es el cuento del autor "Libros que matan", que mereció el Premio Internacional de Cuento "Juan Rulfo" 2000 en París y que podéis leer aquí:

http://www.facebook.com/note.php?note_id=117338192909


La Fe del Errante

Brilla, fulgura, relumbra, allá a lo lejos... Somos enamorados, y a veces víctimas, de la misma leyenda. Fortuna, felicidad, futuro, allá a lo lejos... Es la leyenda que nos ha hecho atravesar las grandes aguas, de ida y vuelta, una y otra vez, desde el principio de los tiempos. Resplandece, deslumbra, centellea. Allá a lo lejos...

Una vez la leyenda se llamó El Dorado y llevó a América a miles de personas, muchas de ellas desposeídas y necesitadas. El mito que fulguraba allá a lo lejos prosperó de boca en boca por las calles de Sevilla y de Madrid, de Barcelona y Bilbao, de Orense y de El Toboso. Fue un rumor como un ciclón que arrastró comunidades enteras, primero de ambiciosos y luego de pobres con ilusiones, que remontaron el mar misterioso de entonces y se vieron envueltos por la canícula y la humedad del Caribe, y se esparcieron por el continente nuevo en busca de la Ciudad de Oro mientras eran devorados por los mosquitos, la geografía enmarañada y las enfermedades.

Un rumor semejante de algo que destellaba allá a lo lejos se explayó como un huracán quinientos años después por las aldeas, las provincias y las ciudades de Bolivia, Marruecos y Rumania, de Sudán, Ecuador y Bulgaria, de Colombia, China y Senegal, de Pakistán, Nigeria y Perú. Esta vez la leyenda se llamó Trabajo, que es el oro actual, el bien más escaso en gran parte del mundo, y trajo a España a cientos de miles de desheredados que se han diseminado por el país en busca del trabajo ideal mientras son hostigados por el desarraigo, las depresiones y la marginación.

Es la misma leyenda que cambia de nombres y lugares según las épocas y las necesidades del mundo. Es el paraíso, allá a lo lejos, prometido por tantas religiones. Es la fe, y la maldición, del eterno errante.

A veces lo que refulge no es estaño, ni bronce, ni abalorio alguno, sino algo distinto. Mi amiga Luisa halló en Madrid trabajo, pero sobre todo consiguió aquí lo que siempre quiso tener en su tierra, Ecuador, y no había podido alcanzar por muchas razones: una hija, un esposo y su propia familia. Andrei, el arquitecto rumano, descubrió que podía ganarse la vida como vigilante en Málaga y en sus ratos libres diseña casas para su familia y sus amigos que viven a las afueras de Bucarest y que algún día, ojalá pronto, las construirán con esos planos que él les envía todos los años por navidad. Y Samira ha encontrado en Barcelona unas formas de libertad, igualdad y alegría que le eran desconocidas en su natal Tánger. Luisa ganó una familia, pero perdió a su padre en Ecuador y no pudo asistir al sepelio. Andrei ganó una nueva profesión, pero se niega a creer que haya perdido sus años de estudios. Samira ha ganado en respeto por sí misma, pero en su tierra perdió el respeto de su padre, sus hermanos y sus vecinos.

Y después de los primeros años difíciles en España, ellos han mostrado sus mejores sonrisas al estrenar vida nueva. Estrenar barrio, casa, amigos. Estrenar ciudad, transporte público, sanidad, educación para los niños. Estrenar permiso de residencia y trabajo, el documento lustroso que ilumina los rostros y los ojos de tantos extranjeros, la tarjeta brillante que se exhibe con orgullo en los primeros días a los coterráneos, la familia y los amigos, el pase resplandeciente a una vida renovada, acaso más laboriosa, pero diferente. Con ellos y los demás amigos de otras tierras he estrenado en España estaciones, verano, otoño, primavera, he estrenado mar mediterráneo y auténtica paella, he estrenado guantes y abrigo de invierno, he estrenado músicas suyas, españolas y mías, he estrenado problemas y licores, y he estrenado risas.

Emilia halló en España un trabajo más humilde que el que tenía en Lima, pero descubrió el orgullo de ser descendiente del gran imperio Inca, un valor que es menospreciado en su tierra de origen. Y Emmanuel, el abogado filipino, ha ayudado en Valencia a mucha más gente de la que quiso y pudo ayudar en Manila. Perdió una carrera prometedora en su patria, pero ha ganado amigos y valor ciudadano.

La leyenda de algo que fulgura, allá a lo lejos, ha formado parte de mi familia desde hace décadas, quizá siglos, y quiero creer que ha sido como una fe, y no como una maldición. Mi abuelo, buscando un futuro mejor, atravesó con su esposa 400 kilómetros de montañas andinas en Colombia a lomo de mula para abrir un comercio de textiles en una ciudad nueva, donde prosperó y tuvo tres hijos y una muerte tranquila. A mi padre no le fue tan bien como al abuelo y, cuando sus once hijos se hicieron mayores, cambió cinco veces de ciudad en busca de una mejor fortuna que nunca consiguió. Crecí a la sombra de ambos y de mis hermanos que repetían la leyenda de otra ciudad, otro país, que relumbraba allá a lo lejos. Así llegamos a Bogotá y lo que parecía oro se volvió cemento y vida cotidiana, y perdió brillo con el tiempo, y me llevó a levantar la cabeza y a mirar y a soñar con otras tierras aún más lejanas.

El Dorado fue una leyenda fraguada por una pequeña evidencia real, pero principalmente forjada por el miedo. El diminuto trazo de verdad lo describió en el siglo XVII el cronista Juan Rodríguez Freyle al relatar, en su libro “El Carnero”, un ritual cierto del pueblo Chibcha en los altos Andes del centro de Colombia. Allí el Cacique era revestido con prendas y polvo de oro y llevado sobre una balsa hasta el centro de una laguna. En la parte culminante de la ceremonia el Cacique se sumergía en las aguas y todo el oro que llevaba encima iba a dar al fondo del lago. Para los chibchas el oro era lo más parecido al sol que podía palpar el hombre, era piedra de sol, y este rito lo celebraban en honor de sus dioses. Pero el miedo de los indígenas, desatado por la codicia desmesurada que mostraron los extranjeros por el oro, transformó el ritual en mito y comenzó a hablarse de una Ciudad de Oro, imponente, opulenta, deslumbrante, allá, a lo lejos. Los aborígenes empalagaron los oídos extranjeros con El Dorado, la ciudad soñada de riquezas y tesoros imposibles, situada más allá, más abajo, más lejos, más al sur... Todo para que los extranjeros siguieran de largo su camino y dejasen a los pueblos indígenas en paz. Y quienes fueron a buscarla se extraviaron en llanuras, ríos, bosques y montañas, desvariaron por las fiebres de las enfermedades tropicales, y muchos desaparecieron tragados por la selva amazónica.

Algo de miedo subyace en quien se marcha a buscar la leyenda que relumbra allá a lo lejos. Un miedo a que todo siga igual o peor, el miedo a que nada cambie en la tierra natal, miedo a que continúe la injusticia, a seguir siendo víctima de ella. Un miedo que se ve aletargado por la ilusión y por los deseos de un cambio verdadero en la propia vida. Entonces el miedo a la quietud y la impotencia se transmuta en movimiento, rumbo a lo que reluce allá a lo lejos.

Ocho años después de haber llegado, muchas cosas de Madrid todavía refulgen ante mis ojos. El trabajo, el dinero y las dificultades van y vienen, pero lo que reluce permanece ahí, en el fondo, y me encantan sus chisporroteos. Son sonrisas, rostros, pieles, idiomas, comidas y culturas diversas que centellean en las calles y las plazas, en los mercados y los parques, en los bares y las oficinas. Sí, se puede conocer el mundo entero, más de 120 países, sin salir de Madrid, en el metro y los autobuses, en los restaurantes y los centros culturales, y en las discotecas y los comercios. Es la diversidad que constituyen la sal y el picante de mi vida y que compartimos con Paula que vino desde Ciudad Real, con Siegmar que llegó desde Berlín, con Jaime que vino desde Maracaibo, con Katia que llegó desde Bucarest, con Abel que vino desde Buenos Aires, con Irina que llegó desde Kiev, con Ahmed que vino desde Rabat y con Pilar que llegó desde Pontevedra. Todos vinimos tras el mismo espejismo y nos deleitamos, y a veces sufrimos, al mirarnos en este espejo multicolor, bajo el cielo azul, despejado y luminoso de Madrid.

A la mítica ciudad de El Dorado todos quisieron ir, pero no para quedarse a vivir allí, sino para desmantelarla, saquearla y volver con sus riquezas al país de origen, para ostentarlas y disfrutarlas por el resto de sus días. Nadie jamás soñó con alojarse en sus palacios de muros dorados y regocijarse en sus plazas áureas y beber agua de sus fuentes rutilantes. Nadie soñó con enceguecerse con tantos resplandores, ni con compartir tanta luz con otras gentes. Todos con El Dorado tuvieron deseos egoístas.

A la ciudad legendaria llamada Trabajo, en cambio, todos han querido ir para quedarse. Nadie jamás ha pensado en saquear la ciudad y dejar sin ocupación a las gentes que la habitan y llevarse el trabajo a su país de origen. Todos han acudido con las manos y las mentes dispuestas para la actividad, y han traído con ellos sus tradiciones y sus idiomas, sus músicas y sus rituales, sus visiones y sus festejos. Han añadido diversidad, esfuerzo y alegría a una tierra cuyos resplandores llegan ahora mucho más lejos.

Es una leyenda tan vieja como el hambre y quizá más antigua que el amor. La misma leyenda, aderezada con los tenues matices de cada época, que nos ha hecho atravesar las grandes aguas, una y otra vez de ida y vuelta, desde el principio de los tiempos. Una leyenda que no terminará nunca de fulgurar allá, siempre allá, en otra parte, en otra tierra. Es la leyenda del deseo y la esperanza, de que siempre la vida será mejor en otra parte. Es la sabiduría alucinada de los profetas y los sabios de todas las culturas, según la cual los hombres sin las leyendas y las esperanzas no son nada.

Vine desde muy lejos tras la leyenda. Y he perdido muchas cosas en esta travesía. En Madrid perdí un mito, pero he ganado una realidad. He ganado en visiones, en tolerancia y humildad, en este aprendizaje de la alegría y la solidaridad con otras gentes de otras culturas. Y he entendido al fin que lo que me ha movido de un lugar a otro a lo largo de la vida es mi sed de explorador, y no la maldición del eterno errante.

Texto premiado en el Concurso de Relatos Cortos sobre “Interculturalidad, Convivencia Democrática y Gestión de la Diversidad” de la Fundación Cepaim de España.

Escrito por Alexander Prieto Osorno. Periodista y escritor, sus artículos han sido publicados en más de 70 diarios y revistas de Europa y América y traducidos a varios idiomas, incluido su libro periodístico “Los Sicarios de Medellín, jóvenes para la muerte”. Ganador en 2000 del Premio Internacional de Cuento Juan Rulfo en París, en la modalidad Salón del Libro Iberoamericano, ha publicado además “Cronista en dos mundos” y “Bonitos Crímenes”, y ha sido incluido en la antología de autores iberoamericanos “Cuentos de la Tercera Orilla” (Montevideo, 2002). Actualmente es corresponsal en Madrid de distintos medios de prensa de Latinoamérica, escribe para el Instituto Cervantes y es miembro del Consejo Editorial de la revista virtual Ómnibus (www.omni-bus.com).

Os sugiero entrar en este link para ver el vídeo de "Papeles mojados" de Chambao. Es francamente maravilloso y conmovedor, tanto la música como la letra y las imágenes, sencillamente espléndido para acompañar este texto:
http://www.youtube.com/watch?v=Ad58oDZ4i_0&ob=av2e

viernes, 22 de octubre de 2010

Otoño en Madrid, el placer de la madurez






Nací en primavera, y con los nuevos brotes y las flores tempranas se renueva mi alma cada año.. Pero ahora, también el otoño me devuelve la energía; sus colores, su paz, su silencio, la serenidad del bosque maduro -que se desnuda sin pudor y sin miedo, seguro de un nuevo renacer, desprendiéndose de sus bellas hojas en la seguridad de que volverá la primavera-, me asegura que yo también repetiré los ciclos sin fin. Ello, me ayuda en mi propia madurez a comprender que todo es efímero a la vez que eterno, que todo acaba para empezar de nuevo, que las puertas se cierran para permitir que otras se abran, que hay que dejar espacio para las nuevas cosas, las nuevas personas, los nuevos viajes, las nuevas experiencias,que todo se estrena sin remedio, que todo muere para nacer de nuevo una y otra vez... Y así, despido y saludo los cambios inevitables de la vida, comprendiendo al fin que nada se posee para siempre, que nada se retiene, que nada permanece, que todo fluye y se transforma, que nada detendrá el cambio constante y de todo que ordena la existencia.



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Vídeo Musical, bellísima voz de Ginamaria Hidalgo

domingo, 18 de abril de 2010

¿FRANCO HA MUERTO?

La sociedad española se convulsiona estos días, se divide y posiciona de nuevo peligrosamente, debido a la intención de procesar al prestigioso Juez, Magistrado, Baltasar Garzón, que aparece en la imagen de la izquierda, reconocido internacionalmente por su importante labor desde la Audiencia Nacional en la persecución de diversos delitos de gran trascendencia, y ello, por haber querido ahora investigar los crímenes del franquismo, delitos de lesa humanidad, que no prescriben basándose en la Jurisprudencia internacional, ni en ningún país democrático. La guerra civil española se originó el 18 de julio de 1936, por la sublevación de los nacional-católicos contra el gobierno democráticamente elegido de la República. Durante la guerra ambos bandos mataron y cometieron atrocidades, pero la guerra acabó en 1939. Actualmente, nada debería impedir investigar los crímenes cometidos por los vencedores contra los vencidos civiles y no civiles. El Dictador Franco y sus secuaces, crearon un aparato represor y continuaron asesinando a los no adeptos al régimen incluso ya finalizada la guerra, durante muchos años, movidos por el ánimo de revancha y venganza, con total saña y crueldad, con voluntad aniquiladora del contrario, practicando en un clima de persecución, terror y tortura, un verdadero exterminio, que solo puede calificarse de genocidio. Además, a las víctimas no sólo se les quitaba la vida ocultando muchas veces el destino de su cuerpo, sino que se disponía de sus bienes, su patrimonio, sus hijos, e incluso se cerraba toda posibilidad a sus familias de trabajar y salir de la indigencia y alcanzar un mínimo de dignidad. La ausencia de derechos fundamentales y de todo tipo de libertades públicas, mantuvieron a España en el oscurantismo durante 40 años, los regidos por Franco, un militar rudo e ignorante. Antes de morir y como él mismo manifestó, había dejado todo "atado y bien atado", para seguir encubriendo y protegiendo a los asesinos con disposiciones legales tendentes a asegurar para siempre su impunidad, obstáculo que aún hoy en la España "democrática" parece impedir la reparación de los daños a las familias de las víctimas, a las que se quiere borrar también la memoria...
Al respecto, os traslado el artículo de opinión, publicado en el Diario español "Público", por su Subdirector Manuel Rico, el domingo 18 de abril de 2010, bajo el título "Lo llaman Justicia, pero no lo es", que cito textualmente y que resulta interesante por su claridad y cordura:

" Un Estado democrático tiene la obligación de eliminar cualquier obstáculo legal y facilitar todos los medios económicos necesarios para que los familiares de las víctimas de una dictadura puedan encontrar a sus muertos, darles sepultura e investigar qué ocurrió para que terminaran en una cuneta. Esta afirmación es de tal sentido común, que parece imposible que genere cualquier tipo de polémica pública. Pero España, en muchas cosas, sigue siendo diferente. Aquí hay una parte de la derecha, que ocupa importantes parcelas del poder político, mediático y judicial, instalada en el sectarismo más cerril. Un sectarismo que le permite defender, impasible el ademán, que no hay necesidad alguna de enterrar dignamente a los muertos. Los muertos de los demás, claro. España sigue diferente porque aquí no ha existido una comisión de verdad, aquí no se ha juzgado a quienes cometieron crímenes contra los derechos humanos, aquí no se ha reparado la memoria de las víctimas y , para cerrar el círculo del despropósito, cuándo a un juez se le ha ocurrido iniciar esa investigación de los crímenes franquistas, resulta que termina en el banquillo acusado por la misma organización falangista que participó en el genocidio. ¡ Cómo no van a estar perplejos desde Nueva York hasta Sidney!
El resultado no puede ser más desolador: desactivada la causa iniciada por el magistrado Baltasar Garzón, la mayoría de los jueces locales están archivando las denuncias sin tomarse ni siquiera la molestia de investigar los crímenes. Lo llaman Justicia, pero no lo es."
Tras leer este artículo, recordé la extraordinaria novela de María Dueñas "El tiempo entre costuras", que os recomiendo por ser de las que crean adicción y comenzada su lectura no se pueden abandonar hasta el final, permitiendo su fluida narración correr vertiginosamente sobre sus páginas, en busca de respuestas. La novela es una mezcla apasionante de ingredientes para un plato fuerte: viajes, guerras, espionaje, amor, etc..., y de sus inteligentes páginas he extraído el siguiente fragmento, que me parece puede explicar con cierto humor el origen de todos los males que nos aquejan, y que revela el perfil de los personajes de Franco y su cuñado Serrano Suñer, cuya sombra de represión se extiende hasta el presente, influyendo y contaminando lamentablemente nuestro destino e impidiendo una verdadera reconciliación entre todos los españoles, que por elementales razones, requiere que se reconozcan los abusos injustificados cometidos finalizada la guerra, y se levante cualquier impedimento legal para hacer Justicia al fin con los vencidos, para así restaurar el honor de todos e iniciar una nueva y sana andadura.
"...Franco y Serrano, Serrano y Franco, dos absolutos desconocedores de la política internacional, ninguno de los cuales había visto el mundo ni por un agujero, se sentaban a tomar chocolate con picatostes en El Pardo y, mano a mano, diseñaban sobre el mantel de la merienda un nuevo orden mundial con la pasmosa osadía a la que sólo pueden llevar la ignorancia y la soberbia."
Del libro "El tiempo entre costuras". Autora: María Dueñas, Ediciones TH (Temas de Hoy), sello editorial de Ediciones Planeta Madrid S.A. 2009

sábado, 20 de marzo de 2010

Erase una vez...



CUENTO DEL BOSQUE DE NIEBLA

Erase una vez un bosque de niebla lleno de helechos arborescentes y de orquídeas, poco lejos de Puebla y casi acariciando el hechizado pueblo de Cuetzalan.

Erase una vez una vida rota, en una casita del Madrid de los Austrias.

Erase una vez un hombre íntegro, fundido con su bosque encantado, en las montañas de la Sierra Madre Oriental del mágico México, en paz, al abrigo del bambú de sus cabañas.

Erase una vez una mujer triste, sola y agotada, en una ciudad de humo, ruido, inconsistencia e insolidaridad.

Erase una vez un sueño vegetal, que rescató una vida que había olvidado los sueños entre el asfalto.

Erase una vez una niebla que escondió un alma y la colocó al resguardo de un bosque para que el mal no la alcanzara, para que brotara en primavera la esperanza.

Erase una vez una ilusión que creció en las ramas imaginarias del bosque que, volvía cada noche a escurrirse como lluvia entre las sábanas urbanas.

Y desde que esto ocurrió, así, por arte de magia y eludiendo la distancia, ella, convertida en Belleza de Xocoyolo, despertó cada día envuelta por el frescor verde de la fraga, el rumor de las hojas, el canto de los pájaros, el olor a tierra mojada mexicana.

Erase una vez un lecho de hojas fresco y frondoso, a caballo entre México y España.

Marta Menoyo